lunes, 27 de septiembre de 2010

No es más...

El autobús no es más que gente amontonada que sale con esperanzas y regresa con cansancio. Mientras viajo en él hay mañanas en las que juego a que mi nariz es una caña de pescar y persigo los olores de las personas hasta atraparlos, como si les quitara un pedacito de sí mismas. Por eso prefiero las mañanas dentro del autobús, por los olores: champú, colonia, jabón, cremas, ropa limpia. Me gusta creer que todos esos olores son pulsión de vida, que todos los viajeros se alistan para la fiesta, para el encuentro con el sueño amado. En cambio las noches se me hacen pesadas, con esa luz tenue del autobús que cae como un manto sobre nuestras cabezas, con ese olor pegajoso de sudor y ensimismamiento. Por las noches parece que los fantasmas salen, penetran las ventanas y regresan con nosotros a casa. Así la vida se escurre sumida en un recorrido fluctuante donde la parada de la alegría no es más que brevedad y asombro.

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