sábado, 13 de febrero de 2010

Cosquillas

Pensar. Cuando me doy cuenta ya estoy pensando, siempre. Pero hay una comunión; el momento intransferible en que decides seguirle la pista a tu pensamiento, corretear detrás de él en busca de intimidad contigo mismo, meterte por los recovecos, por los suburbios que te habitan, recorrerte por las orillas y encontrar lo que te sostiene y te erige afuera en el mundo. Regresar a casa, mirar por la ventana y pensar:

Me hubiese gustado conocer a mi tía Lida; creo que ella fue la única que rompió, mientras vivía, la cadena de mujeres convencionales, frustradas, reprimidas y destinadas al hogar que representa todavía una parte de mi familia. Siento cierta admiración por ella; aunque la conozco desde lo que mi madre me ha contado y sobretodo de lo que imaginé a través de esas historias: una mujer valiente, líder, que amó sin temor, que siempre expresó lo que le ardía o fluctuaba. La imagino plena y vasta, solidaria, siempre adherida a lo justo. ¿Será que era feminista? Puedo verla leyendo tratados, acudiendo a reuniones clandestinas, desfragmentando sus creencias, expurgando su memoria y su cuerpo de fantasmas opresores. ¿Eso tendrá que ver con aquel libro de Lenin que encontré una vez en el cuarto de mi hermano? ¿Ella se lo habría heredado a escondidas de todos los reaccionarios? Ahora que él no está no sabré si alguna vez lo leyó. ¿Habrá militado? Él que se la pasaba en la escuela de arte y en sus alrededores, todos llenos de inquietudes y cuestionamientos. ¿Será que todos los artistas saben algo sobre El Capital de Marx y Engels? Me parece que no. Pero creo que para entender el mundo no basta con sufrirlo; se necesita de búsqueda, de conciencia, sensibilidad y criterio. Como aquella anécdota del hermano de Marla, según lo que nos contó su risueña madre, desde muy pequeño tenía sensibilidad para los asuntos políticos y hoy es museólogo. Marla y su casa tan particular, llena de objetos antiguos, muchos libros, máscaras, esos moldes de zapatos en madera envejecida. Recuerdo cuando papá me alzaba entre los brazos para subirme en la mesa del señor que hacía los zapatos ortopédicos. Ese señor, sucio de pega y negro de zapatos, siempre con barba gruesa de días sin afeitado, flaco y melancólico como todos esos montones de moldes y zapatos que lo rodeaban y sostenían en un misterio intangible para mi ojo pueril; me subía a la mesa y parada sobre un papel con el pie descubierto, siento el recorrido del bolígrafo alrededor de mi pie. Cosquillas; sonrío y siento cosquillas...

 Pensar, desandar la memoria, abrazar al olvido como un cálido despertar.