Con el rostro lúgubre Don Felipe se incorpora
a la sala donde lo esperan sus cuatro hijos. Éstos, tensos y cansados, lo miran
con ojos interrogativos. Don Felipe se plantó frente a ellos y le habló a cada
uno:
- Carlos, Luis, Fernando, Gerald… Su madre ha
muerto.
El silencio que desde hace dos horas se
mantenía recio e inquisidor sobre el aire de aquella casa caracol (espiral de
la soledad) rompe en un sollozo impotente. Cuatro sollozos contenidos arañan el
aire de la casa caracol.
- Prohibido llorar – advierte Don Felipe en
tono definitivo.
-Es injusto que hoy, precisamente hoy,
tengamos el deber de cumplir esa absurda regla –protesta Fernando-.
- En esta casa de hombres no se llora, ya lo
saben y ya dije.
Luis que siempre fue el conciliador, se
estruja los ojos e interviene con una actitud insoportablemente sumisa.
-Papá tiene razón, no hacemos nada con
llorar, es una pérdida de tiempo.
- No entiendo. Sí puedo llorar, lo estoy
haciendo y no puedo dejar de hacerlo –agrega con indulgencia Gerald, el menor de los hermanos-.
- ¡Se callan! Semejante tontería estar
llorando por lo único absoluto que tenemos en esta condenada vida: la muerte.
Escuchen bien, la mu-er-te. Su madre murió
y es natural, no vale la pena soltar ninguna lágrima.
Con estas últimas palabras Don Felipe se
tambalea y cae sentado en el sofá sin perder la rigidez de su postura intimidante.
Mientras Carlos miraba el movimiento de los
árboles tras la ventana, se atreve a hablar en tono aplanado:
- Papá, no puedes prohibirnos algo que seguro
inútilmente no has podido prohibirte tú.
Don Felipe se remueve en el sofá y con ojos encendidos
mira a Carlos. Ya a punto de defenderse y de convertir en grito aquella punzada
se detiene con brusquedad. Al unísono, todos miran hacia la ventana. Un ruido
lejano se aproxima y como caballo desbocado cabalga por los techos de las casas, por la
copa de los arboles y la superficie de las cosas. Incomprensiblemente, el ruido
penetró la casa caracol y se ubicó justo encima de Don Felipe. Así fue como una
lluvia océano, salada y pesada, acompañó a Don Felipe y lo humedeció ese día y
para siempre.
* Quinto texto de la quinta semana del proyecto literario Las 3 Variables.