lunes, 19 de abril de 2010

Sobre el porqué me gusta leer los libros a la antigua

Quizás el título les resulte sugerente, pero antes de hablarles del por qué, creo es importante comentarles que este título surgió hace unos 3 años más o menos (no estoy segura de cuánto tiempo tiene esperándome) de una conversación virtual entre el que ahora es mi novio, Víctor, y yo. Entonces recuerdo que yo le decía que prefería mil veces leer los libros en su apariencia física que en la digital, le comencé a dar las razones y estuvo tan agradable la conversa que Víctor me sugirió escribiera sobre ello y además me regaló el título (el de arriba), me gustó y lo guarde en mi PC hasta hoy. 

Hay muchas razones que me hacen preferir leer un libro a la antigua; razones sensoriales, razones espaciotemporales, razones de comodidad y libertad, razones vinculares y otras que irán surgiendo mientras escribo esto.

Empezaré por las sensoriales. Lo mejor de leer un libro en su aspecto físico es tocarlo. No es lo mismo tocar el monitor, el ratón o el teclado que tocar la textura de la portada, de las hojas, el relieve de las letras sobre el papel, sentir correr las hojas entre tu dedo pulgar y los otros. Tocar sus dimensiones para reconocerlo y conocerlo, lo tangible como real, lo tangible como sentimiento de posesión: eres mío y voy a devorarte lentamente, voy pasar detenida por ti, despacito como iría El Principito hacia una fuente…

Luego me gusta olerlo, abrir un documento en tu PC no huele a nada, a menos que justo en ese momento alguien se perfume, o estén cocinando en casa o cerca o que tus propios olores emanen solitos, pero sería otra cosa, no lo que lees. En cambio abrir un libro tiene su olor: a papel, que al mismo instante huele a corteza de árbol (eso me parece o imagino), olor a tinta, pega, a tiempo, olor de palabras. En esta misma sintonía, se adjunta el sutil sonido que produce el recorrido que hacemos por el libro, el pasar de las hojas, una tras otra crea una melodía lenta y progresiva. Y por supuesto verlo, verlo para leerlo y así saborearlo y poder contaminarte del misterio, de la ficción o puntiaguda realidad, para dejarte llevar como quien flota en el agua. Tocarlo, olerlo, verlo, saborearlo y oírlo son las condiciones previas para la entrega.

En cuanto a las razones espaciotemporales, éstas van de la mano de aquellas relacionadas con la comodidad y libertad. Es evidente que un libro lo puedes leer en cualquier momento o lugar siempre y cuando tengas oportunidad y quieras hacerlo. Leer en el autobús, en el metro, en la cama, en el baño, en donde te provoque. Leer sin temor a que te lo roben (éste sí que es un gran beneficio; una vez me robaron y lo único que me quedó fue el libro que llevaba en la mano). Además que puedes experimentar con el libro varias posiciones: acostado boca arriba o boca abajo, sentado, semisentado, de ladito, del otro ladito, parado y todo lo que la imaginación y las ganas te ofrezcan. También experimentas comodidad y placer, así como dice enfáticamente María Alejandra: ¡No hay nada más rico que leer tirado en el piso con muchas almohadas! ¿No es una maravilla abrirte al asombro sintiéndote cómodo y libre, asido a ese lugar y hora donde te sientes seguro y satisfecho?

Aparte, el libro tiene otras cosas que me hacen preferir leerlo a la antigua: el hecho de meterles hojitas de arboles como marcadores, de poder marcar sus hojas doblándole la punta superior (como la antología de poesía colombiana de Marcos que ha pasado por varias manos y tiene muchas hojas dobladas capaces de conmovernos), de subrayarlos tal cual como quiero y no tener que someterme a las opciones que me da el programa digital donde viene el libro. Escribir en sus márgenes mis reflexiones o ideas. Dejar dedicatorias. Aunado a que si se cae, a pesar de que te duele, por lo general sólo lo limpias y revisas, sin la tragedia de tener que llevarlo a un técnico para reparación. Si se te moja, por lo menos no corres el riesgo de electrocutarte y perder otros libros o informaciones que allí guardabas.

Así muchas cosas más que no me vienen a la mente y que en conjunto con las mencionadas vienen a darle sentido a las razones vinculares. Poder hacer todo ello con un libro, es concientizar de forma estrecha e intima la existencia de éste y la propia. Establecer una relación, un vínculo, un código personal para apreciar la vida. ¿Cuántos le tenemos afecto a un libro o a varios? por acompañarnos en nuestra vorágine, en el andar y devenir cotidiano, en la alianza con los otros y con el mundo. Porque se esconde allí en tu mochila y te dice: recuerda que me tienes cerca. Porque absorbe receptivo y comprensivo el sudor u olor de tu mano, así como recibe tu lágrima y te ayuda a construir tus sueños, que también son los sueños de otros. Porque alimenta aquellas relaciones que surgen alrededor de sí, gracias a aquella calidez y cercanía que en el ámbito mágico y arrollador de la palabra se enlazan, como una araña tejedora de afectos; ello es incomparable con cualquier ventaja que pueda tener un libro digital. No cambio la lectura -ternura- nocturna de leer cuentos con mis sobrinos, no cedo la oportunidad de recitar poemas en compañía de amigos y hermanos ni de leer una novela en conjunto contigo Víctor. No cambio las infinitas formas en la que un libro puede unir corazones y hacer de la vida una lúdica fascinante.

Quizá corra algunos riesgos bajo estas preferencias, como aquella que refleja el cuento Vanidad de Eduardo Liendo, donde el personaje, de tanto leer, se convirtió en libro. 

La tecnología avanza y amenaza con todas sus dotes benefactoras. También hay razones ecológicas, pero hay unas completamente humanas, románticas si así quieren llamarlas, por las cuales prefiero mil veces leer los libros a la antigua. ¿Y ustedes que prefieren?