Haciendo una
limpieza de archivos, encontré esta foto dentro de la historia clínica de este
particular anciano, el tiempo transcurrido entre el día que se tomó la foto, lo
que sucedió después y esta nueva mirada que le doy me llevó a escribir un
resumen del caso, a modo de compartir y quizás de obtener otras respuestas, no
de mí sino de los lectores y colegas que decidan leerlo.
Cuando Andrés Villanueva de 73 años asistió a
psicoterapia relató como motivo de consulta un desmedido temor a las palomas.
Antes de profundizar en el tema fue necesario recabar algunos datos personales
sobre sí y su vida actual. Viudo desde hace dos años y jubilado desde hace
quince, se encontraba recién mudado a una casa vieja del centro de la ciudad
que colindaba con la plaza principal. Refiere que este cambio de residencia
surgió de su interés por acercarse al lugar de su juventud y a los amigos que
aún conservaba por la zona. Su tiempo lo ocupaba entre quehaceres domésticos,
lecturas literarias y reuniones con amigos. En general su salud física era
estable, salvo algún problema articulatorio en sus manos que le hacía sentirlas
un tanto entumecidas y que su médico estaba evaluando. Volviendo al motivo de
consulta, decidió asistir por sufrir de fuerte ansiedad, pesadillas y temor a
salir a la calle. Síntomas que antes no había presentado y que parecían estar
relacionados con su nueva casa, puesto a que había estado más expuesto al
contacto con palomas, precisamente las que merodeaban
cada mañana y cada tarde la plaza principal.
Se le preguntó a
Andrés si había tenido alguna experiencia traumática relacionada con palomas y
éste afirmó que siempre le había tenido recelo a los animales en general, pero
nunca había sentido esas incontrolables ganas de salir corriendo ante la
presencia de algo tan específico e insignificante como una paloma. También
reveló que una vez, cuando tenía 10 años, un pájaro negro descendió con rapidez
de un árbol y comenzó a volar sobre la cabeza de su madre, pero más que
asustarle le causó mucha gracia y fue motivo de risas para toda la
familia.
Es preciso señalar
que cada vez que Andrés nombraba a estas aves se estremecía y sacudía su cabeza
teñida de hilos plateados. Las citas fueron acordadas por él siempre al final
de la tarde, iniciando la noche, de modo que pudiera salir cuando las palomas
se habían recogido entre los árboles, el techo de la casa abandonada que
quedaba en el otro extremo de la plaza y el campanario de la iglesia. Salía
corriendo y se introducía en el taxi que lo conducía hasta el consultorio.
Paralelo a un
entrenamiento en ejercicios de respiración y relajación se fue indagando un
poco más sobre la especificidad de este miedo y su posible origen. Como sabemos
todo síntoma deviene de una angustia consciente o inconsciente, real o
imaginaria. Y no es más que un llamado desesperado desde las entrañas que nos
obliga a trazar un camino hacía el sí mismo. Por otra parte, la psique se
encarga de hacernos ver su actuación contradictoria y al mismo tiempo
compensadora, puesto que así como impulsa la angustia necesaria para el
desarrollo del yo, asimismo coloca las barreras para llegar a lo que espera por
ser revelado, ordenado y reparado.
Las pesadillas de
Andrés consistían en un ataque de palomas, como si estuviera dirigido por Hitchcock.
Rodeaban su casa, chocaban contra las ventanas, lo atacaban en la plaza, en la
playa, al hacer las compras en el supermercado, mientras hacía el amor con una
mujer que no identificaba, cuando tenía cinco años, en la regadera, cuando
tenía veinte años, mientras estaba en su lecho de muerte. Sin ningún argumento,
sin explicaciones las palomas aparecían en sus sueños y lo atacaban, emitiendo
sus sonidos extraños, guturales y arrolladores.
Al inicio estas
pesadillas no lo afectaban porque las relacionaba con un libro que había leído
en esos días, Los pájaros de Daphne Du Maurier. Sin embargo, mientras se hacían
más repetitivas, parecían volverse para él más reales, más premonitorias, más
amenazantes. Quiso investigar si ese libro se basaba en una historia real, pero
luego se arrepintió por el temor a la respuesta.
Cuenta en una de
las sesiones que una mañana tras una noche de insomnio, gracias a las
pesadillas, se encontraba desayunando frente a la ventana que daba a la calle,
cuando alzó la mirada del plato a la ventana y vio una paloma posada, casi
reposando, sobre el marco de la ventana. Comenzó a escuchar los latidos de su
corazón y su respiración se aceleró por cada segundo. La describe con un aire
lúgubre, grisácea y de unos ojos oscuros, brillantes e inquietos que lo miraban
con escudriño. Estaba pensando ocultarse debajo de la mesa cuando de pronto con
actitud confiada el pájaro se echó a volar en dirección a la estatua de la
plaza. Desde entonces comenzó a cerrar con seguro ventanas y puertas y dejó de
salir por las mañanas a comprar el periódico y tomar el café en la panadería de
la esquina.
Así teníamos
algunas coincidencias, un libro cuya historia se parecía a la de sus
pesadillas, y un incidente particular con una paloma, incidente que seguramente
pudo haber pasado antes o después pero en este momento tomaba un significado
inquietante. Significado que todavía no se había revelado y que justamente a
Andrés le costaba precisar. Lo que más le angustiaba era haber creído durante
toda su vida que a casi nada le temía y que de un momento a otro sintiese ese
temor sobrenatural hacia las palomas.
Como no era justo
esperar a develar el meollo de todo este entramado psíquico y al final de
cuentas ese era mi objetivo terapéutico, mientras que el de Andrés era retomar
su tranquilidad, se planteó un tratamiento para su ornitofobia basado en
desensibilización sistemática.
Se programaron
algunas sesiones de aproximaciones sucesivas al objeto ansiógeno y fue como por
medio de historias sobre palomas, fotos, videos, películas, palomas enjauladas
y palomas en la distancia que Andrés se fue acercando al animal temido,
convirtiendo sus racionalizaciones ilógicas a unas más reales. Así fue como
pudo abrir las ventanas de su casa, pararse por unos minutos en la calle cerca
de la puerta, pudo sentarse en la plaza, alimentar las palomas y establecer un
contacto más intimo con ellas hasta el punto de que se posaban en su cuerpo y
él las recibía, de uno de estos encuentros nació esta foto que Andrés pidió
para tenerla como evidencia y recuerdo de su proceso terapéutico y para
regalarme una copia a mí en agradecimiento. Fue particular esa relación de
aversión y profundo temor que Andrés tuvo con las palomas y luego de amor y paz
e incluso dependencia.
Fue muy poco lo
que se pudo profundizar sobre el temor de Andrés, quedó oculta su esencia. Ya
superada la ansiedad, Andrés no quiso continuar con la terapia ni tampoco
desenmascarar el conjunto de significados y emociones que se mostraron por
medio de la ornitofobia. Yo le advertí que seguro los síntomas aparecerían
camuflados en otro tipo de psicopatología, pero Andrés lo dejó así.
Luego supe por
unas personas que se incluyó en un club de colombofilia. Que participaba en
competencias y hacía shows en la plaza. Que las palomas eran sus amigas y no
había rastros de temor.
Lo extraño e
intangible de todo esto, fue saber unos meses después que Andrés murió
picoteado por palomas. La nota de prensa afirma que fue hallado muerto en su
cama rodeado por mansas palomas de pico ensangrentado, entre ellas se
encontraba Alicia, su paloma adiestrada, la cual sostenía un mensaje en la pata
derecha, «Aquel sueño fue más que un sueño». Hecho curioso, que quizás a Jung
le hubiera interesado estudiar y a Poe escribir.